jueves, 16 de febrero de 2017

LA TENTACION HUMANA

1.
Al final de la calle, de este filo que sube, donde moran
Cloto y Láquesis y la vieja Átropos…esas sucias y lujuriosas parcas,
Bienamadas…

Tres mujeres de senos altos y de areolas oscuras y lengua predadora
Tientan al poeta. El que bebe solo.
El que vive libre la ilusión de estar vivo
En el espacio, en la arruga del tiempo,
En la ilusión, de la tierra
Oculta por la lluvia.

(Pero)
El poeta no quiere tener sexo con ellas,
Porque sabe que son un puro mito
-un grito desesperado a las estrellas muertas-
el dolor de la hetaira que los dioses desprecian.

(Pero)
El vecino pelirrojo camina muy aprisa, va corriendo, se agita;

Corre bebiéndose  el olor de sus sábanas, corre a  la lluvia de sus negros cabellos. Esa grasa bendita,
Que huele como el perdón y el pan al náufrago…

El herido pelirrojo desespera
Por cada instante cobijado en su sexo.
Corre hacia Cloto, a quien prefiere…Es ella, por su aroma de mar roto en galerna,
Por su juventud sin escritura y sin espera…

La muchacha que hila, la que acecha
En el burdel que gime su espesura.

“Hoy he respirado  como un niño que nace, que bebe todo áspero
Del aire más violento,
Del viento inmaculado
Que sale de su boca…del paladar de Cloto donde habita
La promesa de la vida eterna”; me grita cuando pasa
Calle abajo, al poeta y ya se burla, impío,
De la sombra, del hueso,
Del hombre  sospechado…del oscuro que yace. Este yo mismo
Como muerta piedra sobre piedra sorda, sobre
El umbral helado donde yazgo y duele…

Allí,
Donde derramo
Mi semilla en la tierra...

……………………………….

Y en las mesetas últimas del día
Ambos se pierden
Por la carne terrible de la pólvora, por el miedo de ser en soledad.
Muertos los dioses.




2.
Yo me ahogo extraviado en su música,
Aterrado en su silencio,
Si gritan de deseo o si me miran con la distancia usual, insoportable
De la mujer al hombre. Y viceversa.

Yo busco ciego en la luz de los duros pigmentos
Y no entiendo los signos, que el hombre pelirrojo
Traza sobre telas y piedras y pezones dulcísimos,
Y en el cuello más agrio de quien vuelve la espalda.

El posee con su prepotencia casi todo color
Y líneas de pradera en la curva del mundo,
En el susurro de la violenta vida.

Yo pronuncio, yo como, yo me muero, yo quisiera pensar
Casi en un hiato. Pero me falta el riesgo.
Se me ha hurtado el pavor que abre el sentido,
El ojo empecinado de la hormiga de agosto,
El odio de la estrella cuando cae la noche
Y mi vecino  duerme:

Encadenado,

Al goce y al sometimiento.


3.

El poeta, el durmiente, el alelado,
Se estremece hacia el alba, hacia la hora
Cuando huele el alcohol de la ausencia de ella.

La que va oxidándole el corazón y la memoria
Y el recuerdo no intacto del deseo,
El orgasmo…la redención imaginaria.

Cuando cesa, apenas, la tormenta de imágenes, de voces,
Estallan en su brillo esas pequeñas pecas que salpican el dorso
Y curva de los senos y ebriedad de la axila y de la hierba
En la espalda de Cloto.
Y se satura el sueño en el sabor de fuego
Que el pelirrojo besara en su plegaria… de arrobo ante la muerte…

“Lo que nunca he besado”, escribe en su destierro el hombre solo.

¿Me queda la poesía? Se pregunta:
Este destino de ángel
Humillado de olvido. Este desierto ciego de la pérdida.

A mi sólo me cabe la violación de mi mismo,
Este odio ensimismado de lo puro. Y cortar
Con mis dientes de sangre fracasada
Las cuerdas del ahogo.
Y abrirme la camisa en el ruego pueril a las mujeres
Que nunca me parieron  y no tuve.
Y esperar que sus muslos portadores
De toda resurrección y de agua fresca
Vengan a apaciguarme este dolor barroco
De vivir como sombra.
De no haberme atrevido.

Y veo al pelirrojo que ya silba
Y todo perfecciona esta envidia maligna.


4.
Las simples herramientas de la muerte
Son Cloto, Láquesis, Átropos…
Las investidas de lo posible y de la negación de lo mismo
Las entrañables y amadísimas, las alegres flores de la espera.

Ellas trastean con su hierro día y noche. Renuevan
Ahusadas puntas sanguinolentas del dolor que fascina,
Del placer que abre su niebla, dulce bálsamo.
Y tensan el dolor de lo cierto y los sutiles filos
Que señorean el corazón.

Las mordedoras.

Las que cantan, entre risas, celebrando este caos.
Las que esclavizan.
Las que llaman “esclavo” al hombre pelirrojo…
Las que han esclavizado con la mentira de su leche,
Con el estremecimiento de una entrega fingida. Con el estremecimiento
De una alianza negada, aunque en sí buena.
La perdición bellísima. El más alto extravío.

Y así el hermano ríe y se consuela.
Y yo cierro el castillo de mi libertad.


Y quemo la purísima nieve de la consolación.




DEL LIBRO DE JASÓN

[fragmento  séptimo]
Cuando consigue la máxima apertura  (sin piedad) de pupilas, al occidente
otea, husmea, perro del agua sucia, abandono de la carne, perdido dibujo de los sueños
y procura el silencio banal, la no palabra del olvido,  la música del árbol mutilado

se asegura -con afilado cuchillo abriendo los planos de ese goce- del fluir
del naufragio, todo extravío, la música del árbol que lo aturde.

Y silencio del tiempo ya castrado.

Y se sumerge.

Y traga el agua que le niega oxígeno…como toda tu sombra que se iza del lecho.



[fragmento  sexagésimo primero ]

Bajando a lo profundo donde lo humano es alga es onda fugaz es gota a gota…
ve alejarse su nave hacia un puerto de miedo.
Donde Argos encalla y acepta su destino. Y piensa la madera: he perdido las velas, mi carenado es cáncer y él se ha sumergido
en el tiempo exacto de morir.
Quiero ser lodo…un pecio apenas, una mancha de óxido en el dolor del agua.

Sobre todas las costas se han cariado los sueños. La ceniza
enamora paladar de guerreros y la ira de muertos…
y finge neblinas al oro inefable del azar y certeza de los eternos reyes.

Nadie habrá de comer ni habrá la espera del sosiego o
del desasosiego. La mañana no hace coito con la tarde roja.
Chisporrotean las ciudades como una nube de insectos inconcientes…
El lienzo de la nube y la luna se pudren….resbalan sobre un río negro
que atraviesa las agujas del mar.  La tormenta es lo seco. Lo absoluto tiempo.

Veo abrirse el paño de las genealogías.

He llegado a la precisa fuente. A la pregunta de infinitos dedos sucios
Que teje cada nudo. Y teje el ya postrero.
































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