jueves, 16 de febrero de 2017

TAJO EN LA GUERRA
Por Carlos Mamonde

…entre los perversos recuerdos de los eventos
[¿cuándo comienzan los eventos? ¿cuál es el acto de voluntad o azar que los temporaneiza en el horizonte de la temporalidad? ¿los restituye desde el atroz error metafísico? ¿acto de quien, de qué,  de “qualsiasi mancanza”?)...y todo recuerdo es perverso (goce y hoguera) porque es arrastramiento del gusano en el  lodo del Tiempo..entre esas perversiones secretísimas y demasiado amadas está el de aquella noche que comenzó una tarde y siguió en alta noche y alba violenta y caída en el amanecer todocontínuo acontecer y topología anudada en bucle de dos mutuas pieles y osamentas ardientes y melancolía y orgasmos y deslumbramiento que destellan las potencias absolutas y mínimas del tejido nervioso y las arteriolas que oxigenan pene y vagina y pezones temblando y el pene ya doméstico y juguete de ambos todocontínuo amantes batidos por tormentas anónimas de revelación y ocultamiento… ¡goce paradójico, derivas de las metáforas de la carne, en la semipenumbra de la casita de la calle Lacana,en el noroeste de esa ya olvidada provincia en guerra en el noroeste del país Devorar…donde el acontecer se corona en goterones de plomo líquida muerte de la guerra sucia civil y sucia del profundo sur…semipenumbra donde los amantes take shelter para el raro experimento de amarse en mitad del odio…]
         La casita,  ya en los bordes de las calles pavimentadas, del barrio Shinckal donde el personaje de Hugo llegó a la gracia humana de penetrarte, Irene amadísima…donde a tu vez tu cóncavo calor fue  la copa donde en lo fugaz se salvan trazas de  materia eterna y deleznable y dulce por un instante que los dioses ignoran, al derramarse el golpe de las cinturas pélvicas… deviniendo música al par de las gargantas que gorjean…
         [Todas estas minucias de la memoria están flotando sobre circunstancias miserables de combates entre fratrias que el país vive (¿entonces?) ; las vesanías de la guerra civil enmascarada hasta el genocidio que sobrevino muy poco después del  hundimiento del “Movimiento”, de su populismo deteriorado… del único partido que había remedado con ciertas mendacidades las virtudes de una paz frágil (que algunos ingenuos llegaron a confundir con un momento de absolución de la Historia)…hundimiento precipitado por las vesanias del  general asesino del ’76… aquellas matanzas fascistas perpetradas por sus bandas armadas y sus milicos y  tantos otros heroes inefables de la religiosidad de Occidente…]


         Era ya el mediodía de un lunes cuando ambos amantes, Irene y Hugo, dieron por tristemente concluida –o al menos postergada- la salvación de la carne.
         En este momento narrativo, ambos escuchan pasos en la arena del pequeño jardín. Y Hugo se asoma, abriendo –con un dedo- una fisura  pueril entre las cortinas envejecidas…y descubre que—silencioso-- se acerca un vecino (hijo de tres dinastías de vecinos como clones, ex amigo de infancia)…vecino que es ahora Enemigo (aunque en esta avanzadilla venga al parecer desarmado; acaso porque aún no es exigua la luz) . Y Hugo no sabe si quedarse esperando  allí, desnudo como un pez absurdo junto a los cristales fríos…o retornar al hueco incandescente, sábanas, donde yace Irene, adormilada, dada vuelta en sí misma como una fruta extendida.
Viéndola así, en la explanación de su alma por sus poros, Hugo necesita –acaso sea sólo por un milésimo instante- retomar la electricidad de esa carne y entonces, caminando hacia atrás sobre huellas invisibles de sus talones, silencioso, urgido, retorna a las clavículas de Irene y vuelve a pringarse en el contacto líquido, vuelve a lamerla, acariciarla…en un “moto perpetuo”…
En ese momento de azar, el Enemigo, aún casi visible  en el atardecer del jardín…grita airado llamándola…grita que quiere ver a la mujer. Ella es para él su Enemiga refleja, la más odiada, la que pare el peligro…la que ya tomado, más de una vez, la iniciativa en el ataque armado, cruento, altisonante de disparos de fusiles de asalto, en cuanto cae la noche. Y, tapada su cara por la almohada, escucha Irene gritar su nombre; ofendiéndola, citándola, tentándola desde el odio profundo, desde el crujir de dientes…
Pero ella, junto a Hugo querría olvidar el combate –como si fuera posible-, querría tornarse invisible, como una hoja de canto, como una navaja de canto...anhela el arduo ya no ser donde la arrastra la vitalidad eufórica, cándida, de Hugo; desguazándole a ella su  coraje, que es la Gracia en la batalla. Y toda compasión es perversa en el occidente cainita.
“si no me muevo y logro respirar apenas, lo procuro con un deseo mayor que todo sexo”, imagina Irene…la amenaza del hombre en el jardín desaparecerá, como fuego negro en el viento y la lluvia…”Detendré mi pensamiento, mi odio…y ya no pensaré”, piensa la mujer en laxitud y extravío en entretelas del sueño y la vigilia, arrastrado su cuerpo ya opilado del goce…hacia la gravedad del centro --de hierro-- de la Tierra.
Ahora ya no; no podría huir, aunque lo quisiera…he perdido fuerzas con este hombre y su amor, he ganado tiempo para  más allá de la muerte…pero he perdido el tiempo de la fuga.
No tengo fuerzas ¿ y cómo podría ocultarme en los espacios vaciados por el deseo que desarma? . Si incluso presiento que se han vaciados las materias visibles  que ocultaban la casita de Hugo, tras absurdos árboles, tras ruido de insectos inocentes…y este se sitio se ha hecho más visible para las armas explosivas, para los francotiradores que acaso ya me esperan. Ya todo el suelo, la tierra,las arenas, la greda, sus lodos que sustentan los pasos fuera de la casa;  se han ya contaminado por el desorden  que fragiliza y traga a todo el territorio del país. Cuando vengo aquí, a verlo a él, entre las hogueras de los muertos que puntúan el paisaje de batalla;  debería traerme conmigo un minucioso y probado plan de huída.  Pero me desconcentro y puerilizo…y ahora es ya demasiado tarde para organizar algo eficiente.
Lejanamente, escucha Irene cómo, en el umbral de puerta, intenta Hugo negociar una tregua con el intruso. Pero el otro guerero no responde a la ansiedad de la lengua de Hugo. No pueden acordar una tregua mientras ella permanezca  protegida en esa casa.
El Enemigo musita, como si rezara entre dientes cadenas de blasfemias:
-¡es a ella a quien busco!.
Y gruñe:
-¡es a esa a quien quiero!!!-
-…¡a esa puta he venido a buscar!-, grita, sonidos enfermos saliendo explotados desde sus gruñidos, que le envenenan la boca. Queman.
El odio se derrama desde la boca hasta los pies del Enemigo, como si fluyeran toneladas de asfixiante aceite desde una espita rota. Corre el aceite, corroyendo el aire y el manto verde del pequeño jardín.
El odio del que quiere gruñe quiere aprisionarla, llevarla algún sitio de encierro. A un campo de concentración.
-¡ Allá, ellos la harán hablar! – vocifera el hombre del jardín.
-¿ Por qué la odias tanto…tanto como planear tanto dolor para ella?- le grita una pregunta Hugo.
- Es la guerra…es por la guerra… ¡no digas imbecilidades!...-
Irene es una chica como cualquiera, una chica normal (piensa Hugo, estupefacto; aunque no se atreve a decirle al otro lo que piensa. Y , de pronto, todo el universo se achata en una banalidad asfixiante).
¿Qué significa una chica normal: que tiene percepción y lógica y ojos y senos y nalgas y risas…como cualquiera?...piensa el pensamiento.
Y Hugo grita al Otro:
-¿ de verdad quieres que ella muera hoy?.
Y los ojos del otro se paralizan en unas imágenes de deseo y entonces Hugo acaricia su sueño de que el Tiempo ya hubiese  transcurrido…y entonces Irene ya estuviese muerta y como a salvo de lenguas de la hoguera del sueño del vecino intruso. Sería un leve desplazamiento , deriva, diferimiento silencioso del acontecer…hacia donde ella ya estará borrada de todos los registros del Poder, dulcemente deleznable, descomponiéndose en partículas químicas, feliz siendo óxidos y piedras y gases , sin teatros de agonía ni dolor. Dulce Irene. Paz.
En este momento, Hugo recuerda de pronto el nombre del niño que fuera aquel vecino, allá en la infancia: ¡Federico!.  Se llamaba Federico…Fede.  El mismo organismo ahora semioculto entre los arbustos, escondiendo su arma cerca de sus riñones. ¿Será el mismo revólver calibre 38 con que su padre disparaba a los gatos?...¡bestias!.
Pero el tiempo no transcurre pese a la intensidad del querer de Hugo…y Fede permanece en el jardín. Aguardando. Vigilando. Los ha cercado, en cierto modo.

No hay tregua en la guerra.
Y H. le habla, en alta voz, a Fede –pausadamente;  didácticamente; como cuando hablaba  a sus alumnos del pasado.
-¿Sabes qué le sucederá a ella? ¿sabes qué  pasará… si entregas a tu hermana?.
Tus alegres camaradas la golpearán, violarán, extraerán de ella palabras y certezas que nunca tuvo. Desearán como niños imaginar nuevas torturas…la colgarán de las barras fatales del “pau de arará” …la mantendrán horas con sus músculos agarrotados, huesos crujientes…hasta mucho más allá del borde de lo lancinante. La morderán espasmos de tenazas eléctricas. En sus pezones, en el perineo…Y hasta el cielo sufrirá sus convulsiones. Sangrará por el sexo, por sus encías.
Pero Irene no hablará.
Fede le responde: “…yo sólo cumplo órdenes”.
Y todos saben ya que hoy he venido hasta aquí, que he llegado.
Y Hugo aún ruega piedad; una piedad pordiosera. Que pareciera, acaso, hacer vacilar a Fede en sus certezas.
Se da media vuelta, comienza a alejarse lentamente.
-¡ Volveré mañana –grita su estructura de hierro- y mañana y mañana y todos los días…hasta que la dejes venir conmigo!.
Al  anochecer, Irene y Hugo se atreven a asomarse al jardín vacío . En lo cercano y en la lejanía, en la creciente oscuridad, resuenan estampidos de fusiles aislados, ronroneos de helicópteros invisibles. Renace la guerra sucia en la nocturnidad.
Hugo pide a la mujer que huya en ese momento de aparente distracción. Pero reaparece una súbita  sombra e Irene corre hacia al casa, como al útero.
El guerrero, que ha vuelto, dispara ahora ráfagas al aire y rechina los dientes…se muerde hasta hacerse sangre. Y corre hacia Hugo y lo atrapa cerca de la puerta. Le arranca algunos cabellos de un manotazo que lo tumba. Fede le pone el cañón del arma entre las órbitas de los ojos. El acero arde.
-¡Si no me la das…yo mismo te violaré, Hugo…y después lo haré  con la puta!-
- Desde una ventana, Irene dispara su fusil y hiere en un muslo a Federico. El hombre cae, se queja, da unas vueltas sobre sí mismo, se queja y se arrastra con dificultad. Hugo se levanta y entra en la casa. Irene solloza junto a la jamba. Hugo procura calmarla. La besa como un animalito a un animalito. Le mete la lengua entre los dientes. Le bebe lágrimas. La abraza hasta incrustarla en el pecho. La ama. Quisiera devorarla para ocultarla en sí mismo.
Entonces ella se deshace del abrazo y comienza a vestirse. Y grita que tiene que marchar a buscar algo. Algo detrás de las líneas enemigas.
La mujer se desvanece en lo negro.
Hugo se palpa todo el cuerpo. No estoy herido. Estoy vivo. Tiemblo hasta el escalofrío. Sueño con la humedad de la boca de Irene.
Mientras Hugo se precipita, la mujer corre y corre por senderos exhaustos, corre por rumbos de memoria en el vacío invisible…suelta las balas trazadoras en ráfagas inútiles hacia sombras en torno…sombras de la flora y de la fauna, acaso algún humano. Huele que ya pronto reencontrará el combate.
Así, Irene llega a las primeras casas de otro barrio cercano, en la misma comarca de Lacana. Inserta en su arma otro cargador completo y monta el percutor y canta con la muerte; refulge ya toda en el odio.
Mientras Hugo, derrumbado, va perdiendo destellos de conciencia… ¿por qué he amado –se pregunta- a otros humanos, a las hembras? ¿Por qué se ama…en la incoherencia de los días furiosos…será por el aroma fuerte de la carne que fue drogándome? Toda ternura calma y debilita…espejea y delira hasta el alba de la guerra. Porque, quien no conoce el combate, ¿cómo puede argüir sobre el poder o el miedo…o el contacto con la amada?.
El hombre va debilitándose, adormilándose, deslizándose hacia el suelo helado de su casita…y escucha apena ya la voz de un sephirot que le sopla al oído –como fue a los profetas-: ¿Qué puede conmoverte más que un cuerpo humano o el tacto de la muerte?.

©carlosmamonde.


No hay comentarios:

Publicar un comentario