TAJO EN LA GUERRA
Por Carlos Mamonde
…entre
los perversos recuerdos de los eventos
[¿cuándo
comienzan los eventos? ¿cuál es el acto de voluntad o azar que los temporaneiza
en el horizonte de la temporalidad? ¿los restituye desde el atroz error
metafísico? ¿acto de quien, de qué, de
“qualsiasi mancanza”?)...y todo recuerdo es perverso (goce y hoguera) porque es
arrastramiento del gusano en el lodo del
Tiempo..entre esas perversiones secretísimas y demasiado amadas está el de
aquella noche que comenzó una tarde y siguió en alta noche y alba violenta y
caída en el amanecer todocontínuo acontecer y topología anudada en bucle de dos
mutuas pieles y osamentas ardientes y melancolía y orgasmos y deslumbramiento
que destellan las potencias absolutas y mínimas del tejido nervioso y las
arteriolas que oxigenan pene y vagina y pezones temblando y el pene ya
doméstico y juguete de ambos todocontínuo amantes batidos por tormentas
anónimas de revelación y ocultamiento… ¡goce paradójico, derivas de las
metáforas de la carne, en la semipenumbra de la casita de la calle Lacana,en el
noroeste de esa ya olvidada provincia en guerra en el noroeste del país
Devorar…donde el acontecer se corona en goterones de plomo líquida muerte de la
guerra sucia civil y sucia del profundo sur…semipenumbra donde los amantes take shelter para el raro experimento de
amarse en mitad del odio…]
La casita, ya en los
bordes de las calles pavimentadas, del barrio Shinckal donde el personaje de
Hugo llegó a la gracia humana de penetrarte, Irene amadísima…donde a tu vez tu
cóncavo calor fue la copa donde en lo
fugaz se salvan trazas de materia eterna
y deleznable y dulce por un instante que los dioses ignoran, al derramarse el golpe
de las cinturas pélvicas… deviniendo música al par de las gargantas que
gorjean…
[Todas estas minucias de la memoria están flotando sobre
circunstancias miserables de combates entre fratrias que el país vive
(¿entonces?) ; las vesanías de la guerra civil enmascarada hasta el genocidio
que sobrevino muy poco después del hundimiento
del “Movimiento”, de su populismo deteriorado… del único partido que había
remedado con ciertas mendacidades las virtudes de una paz frágil (que algunos
ingenuos llegaron a confundir con un momento de absolución de la
Historia)…hundimiento precipitado por las vesanias del general asesino del ’76… aquellas matanzas
fascistas perpetradas por sus bandas armadas y sus milicos y tantos otros heroes inefables de la
religiosidad de Occidente…]
Era ya el mediodía de un lunes cuando ambos amantes, Irene y
Hugo, dieron por tristemente concluida –o al menos postergada- la salvación de
la carne.
En este momento narrativo, ambos escuchan pasos en la arena
del pequeño jardín. Y Hugo se asoma, abriendo –con un dedo- una fisura pueril entre las cortinas envejecidas…y
descubre que—silencioso-- se acerca un vecino (hijo de tres dinastías de
vecinos como clones, ex amigo de infancia)…vecino que es ahora Enemigo (aunque
en esta avanzadilla venga al parecer desarmado; acaso porque aún no es exigua
la luz) . Y Hugo no sabe si quedarse esperando
allí, desnudo como un pez absurdo junto a los cristales fríos…o retornar
al hueco incandescente, sábanas, donde yace Irene, adormilada, dada vuelta en
sí misma como una fruta extendida.
Viéndola
así, en la explanación de su alma por sus poros, Hugo necesita –acaso sea sólo
por un milésimo instante- retomar la electricidad de esa carne y entonces,
caminando hacia atrás sobre huellas invisibles de sus talones, silencioso,
urgido, retorna a las clavículas de Irene y vuelve a pringarse en el contacto
líquido, vuelve a lamerla, acariciarla…en un “moto perpetuo”…
En ese
momento de azar, el Enemigo, aún casi visible
en el atardecer del jardín…grita airado llamándola…grita que quiere ver
a la mujer. Ella es para él su Enemiga refleja, la más odiada, la que pare el
peligro…la que ya tomado, más de una vez, la iniciativa en el ataque armado,
cruento, altisonante de disparos de fusiles de asalto, en cuanto cae la noche.
Y, tapada su cara por la almohada, escucha Irene gritar su nombre;
ofendiéndola, citándola, tentándola desde el odio profundo, desde el crujir de
dientes…
Pero
ella, junto a Hugo querría olvidar el combate –como si fuera posible-, querría
tornarse invisible, como una hoja de canto, como una navaja de canto...anhela
el arduo ya no ser donde la arrastra la vitalidad eufórica, cándida, de Hugo;
desguazándole a ella su coraje, que es
la Gracia en la batalla. Y toda compasión es perversa en el occidente cainita.
“si no
me muevo y logro respirar apenas, lo procuro con un deseo mayor que todo sexo”,
imagina Irene…la amenaza del hombre en el jardín desaparecerá, como fuego negro
en el viento y la lluvia…”Detendré mi pensamiento, mi odio…y ya no pensaré”,
piensa la mujer en laxitud y extravío en entretelas del sueño y la vigilia,
arrastrado su cuerpo ya opilado del goce…hacia la gravedad del centro --de
hierro-- de la Tierra.
Ahora
ya no; no podría huir, aunque lo quisiera…he perdido fuerzas con este hombre y
su amor, he ganado tiempo para más allá
de la muerte…pero he perdido el tiempo de la fuga.
No
tengo fuerzas ¿ y cómo podría ocultarme en los espacios vaciados por el deseo
que desarma? . Si incluso presiento que se han vaciados las materias
visibles que ocultaban la casita de
Hugo, tras absurdos árboles, tras ruido de insectos inocentes…y este se sitio
se ha hecho más visible para las armas explosivas, para los francotiradores que
acaso ya me esperan. Ya todo el suelo, la tierra,las arenas, la greda, sus
lodos que sustentan los pasos fuera de la casa;
se han ya contaminado por el desorden
que fragiliza y traga a todo el territorio del país. Cuando vengo aquí,
a verlo a él, entre las hogueras de los muertos que puntúan el paisaje de
batalla; debería traerme conmigo un
minucioso y probado plan de huída. Pero
me desconcentro y puerilizo…y ahora es ya demasiado tarde para organizar algo
eficiente.
Lejanamente,
escucha Irene cómo, en el umbral de puerta, intenta Hugo negociar una tregua
con el intruso. Pero el otro guerero no responde a la ansiedad de la lengua de
Hugo. No pueden acordar una tregua mientras ella permanezca protegida en esa casa.
El
Enemigo musita, como si rezara entre dientes cadenas de blasfemias:
-¡es a
ella a quien busco!.
Y
gruñe:
-¡es a
esa a quien quiero!!!-
-…¡a
esa puta he venido a buscar!-, grita, sonidos enfermos saliendo explotados desde
sus gruñidos, que le envenenan la boca. Queman.
El
odio se derrama desde la boca hasta los pies del Enemigo, como si fluyeran
toneladas de asfixiante aceite desde una espita rota. Corre el aceite,
corroyendo el aire y el manto verde del pequeño jardín.
El
odio del que quiere gruñe quiere aprisionarla, llevarla algún sitio de
encierro. A un campo de concentración.
-¡
Allá, ellos la harán hablar! – vocifera el hombre del jardín.
-¿ Por
qué la odias tanto…tanto como planear tanto dolor para ella?- le grita una
pregunta Hugo.
- Es
la guerra…es por la guerra… ¡no digas imbecilidades!...-
Irene
es una chica como cualquiera, una chica normal (piensa Hugo, estupefacto;
aunque no se atreve a decirle al otro lo que piensa. Y , de pronto, todo el
universo se achata en una banalidad asfixiante).
¿Qué
significa una chica normal: que tiene percepción y lógica y ojos y senos y
nalgas y risas…como cualquiera?...piensa el pensamiento.
Y Hugo
grita al Otro:
-¿ de
verdad quieres que ella muera hoy?.
Y los
ojos del otro se paralizan en unas imágenes de deseo y entonces Hugo acaricia
su sueño de que el Tiempo ya hubiese transcurrido…y entonces Irene ya estuviese
muerta y como a salvo de lenguas de la hoguera del sueño del vecino intruso.
Sería un leve desplazamiento , deriva, diferimiento silencioso del
acontecer…hacia donde ella ya estará borrada de todos los registros del Poder,
dulcemente deleznable, descomponiéndose en partículas químicas, feliz siendo óxidos
y piedras y gases , sin teatros de agonía ni dolor. Dulce Irene. Paz.
En
este momento, Hugo recuerda de pronto el nombre del niño que fuera aquel
vecino, allá en la infancia: ¡Federico!.
Se llamaba Federico…Fede. El
mismo organismo ahora semioculto entre los arbustos, escondiendo su arma cerca
de sus riñones. ¿Será el mismo revólver calibre 38 con que su padre disparaba a
los gatos?...¡bestias!.
Pero
el tiempo no transcurre pese a la intensidad del querer de Hugo…y Fede
permanece en el jardín. Aguardando. Vigilando. Los ha cercado, en cierto modo.
No hay
tregua en la guerra.
Y H. le
habla, en alta voz, a Fede –pausadamente;
didácticamente; como cuando hablaba
a sus alumnos del pasado.
-¿Sabes
qué le sucederá a ella? ¿sabes qué
pasará… si entregas a tu hermana?.
Tus
alegres camaradas la golpearán, violarán, extraerán de ella palabras y certezas
que nunca tuvo. Desearán como niños imaginar nuevas torturas…la colgarán de las
barras fatales del “pau de arará” …la mantendrán horas con sus músculos
agarrotados, huesos crujientes…hasta mucho más allá del borde de lo lancinante.
La morderán espasmos de tenazas eléctricas. En sus pezones, en el perineo…Y
hasta el cielo sufrirá sus convulsiones. Sangrará por el sexo, por sus encías.
Pero
Irene no hablará.
Fede
le responde: “…yo sólo cumplo órdenes”.
Y
todos saben ya que hoy he venido hasta aquí, que he llegado.
Y Hugo
aún ruega piedad; una piedad pordiosera. Que pareciera, acaso, hacer vacilar a
Fede en sus certezas.
Se da
media vuelta, comienza a alejarse lentamente.
-¡
Volveré mañana –grita su estructura de hierro- y mañana y mañana y todos los
días…hasta que la dejes venir conmigo!.
Al anochecer, Irene y Hugo se atreven a asomarse
al jardín vacío . En lo cercano y en la lejanía, en la creciente oscuridad,
resuenan estampidos de fusiles aislados, ronroneos de helicópteros invisibles.
Renace la guerra sucia en la nocturnidad.
Hugo
pide a la mujer que huya en ese momento de aparente distracción. Pero reaparece
una súbita sombra e Irene corre hacia al
casa, como al útero.
El
guerrero, que ha vuelto, dispara ahora ráfagas al aire y rechina los dientes…se
muerde hasta hacerse sangre. Y corre hacia Hugo y lo atrapa cerca de la puerta.
Le arranca algunos cabellos de un manotazo que lo tumba. Fede le pone el cañón
del arma entre las órbitas de los ojos. El acero arde.
-¡Si
no me la das…yo mismo te violaré, Hugo…y después lo haré con la puta!-
-
Desde una ventana, Irene dispara su fusil y hiere en un muslo a Federico. El
hombre cae, se queja, da unas vueltas sobre sí mismo, se queja y se arrastra
con dificultad. Hugo se levanta y entra en la casa. Irene solloza junto a la
jamba. Hugo procura calmarla. La besa como un animalito a un animalito. Le mete
la lengua entre los dientes. Le bebe lágrimas. La abraza hasta incrustarla en
el pecho. La ama. Quisiera devorarla para ocultarla en sí mismo.
Entonces
ella se deshace del abrazo y comienza a vestirse. Y grita que tiene que marchar
a buscar algo. Algo detrás de las líneas enemigas.
La
mujer se desvanece en lo negro.
Hugo
se palpa todo el cuerpo. No estoy herido. Estoy vivo. Tiemblo hasta el
escalofrío. Sueño con la humedad de la boca de Irene.
Mientras
Hugo se precipita, la mujer corre y corre por senderos exhaustos, corre por
rumbos de memoria en el vacío invisible…suelta las balas trazadoras en ráfagas
inútiles hacia sombras en torno…sombras de la flora y de la fauna, acaso algún
humano. Huele que ya pronto reencontrará el combate.
Así,
Irene llega a las primeras casas de otro barrio cercano, en la misma comarca de
Lacana. Inserta en su arma otro cargador completo y monta el percutor y canta
con la muerte; refulge ya toda en el odio.
Mientras
Hugo, derrumbado, va perdiendo destellos de conciencia… ¿por qué he amado –se
pregunta- a otros humanos, a las hembras? ¿Por qué se ama…en la incoherencia de
los días furiosos…será por el aroma fuerte de la carne que fue drogándome? Toda
ternura calma y debilita…espejea y delira hasta el alba de la guerra. Porque,
quien no conoce el combate, ¿cómo puede argüir sobre el poder o el miedo…o el
contacto con la amada?.
El
hombre va debilitándose, adormilándose, deslizándose hacia el suelo helado de
su casita…y escucha apena ya la voz de un sephirot que le sopla al oído –como
fue a los profetas-: ¿Qué puede conmoverte más que un cuerpo humano o el tacto
de la muerte?.
©carlosmamonde.
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